lunes, abril 30, 2007

Tesoros perdidos - Parte II...

Historia de un gran saqueo
Millonario alemán prácticamente posee un museo de objetos peruanos. Durante cuatro décadas adquirió ilícitamente piezas precolombinas.

La Convención sobre las Medidas que Deben Adoptarse para Prohibir e Impedir la Importación, la Exportación y la Transferencia de Propiedad Ilícitas de Bienes Culturales, es un tratado de la Unesco firmado en París en noviembre de 1970. Este prohíbe el tráfico del patrimonio cultural. Como era de esperarse, los países firmantes y los que ratificaron el mencionado tratado son los mismos que se ven afectados directamente como fuentes de saqueo, mientras que los países que tradicionalmente han cumplido el rol de destinatarios de las piezas aun hoy en día no han ratificado el referido acuerdo. Alemania y el Reino Unido están entre las naciones que no han ratificado la convención de 1970.

No obstante haber sido uno de los primeros en firmar la referida convención, el Perú se demoró varios años en aplicar las medidas que ayudarían a disminuir el referido tráfico. En 1995, la Unesco elaboró otro tratado con la finalidad de complementar la Convención de 1970. La Convención Unidroit sobre los Bienes Culturales Robados o Importados Ilícitamente tiene como finalidad contribuir con la implementación de reglas para la restitución y repatriación de objetos de valor cultural entre los países firmantes. Una vez más, Alemania no se encuentra entre los países que ratificaron el tratado.

Según Antón Roeckl, en 1992 se promulgó en Alemania una ley de amnistía que protege todas las piezas de valor histórico o artístico que, a la fecha de promulgación, se encontrasen en territorio alemán, sin importar cómo dieron a parar allí, ni la legitimidad de su adquisición.


Ulrike Koschtial, experta asociada de la División del Patrimonio Cultural de la Unesco, afirma nunca haber escuchado de tal ley, y agrega que estaría muy sorprendida de que el Gobierno Alemán haya amparado una disposición de tal índole, dado que los objetos robados no pueden ser protegidos. No obstante, reitera que Alemania aún no ha ratificado las convenciones de 1970 y 1995. Todas las piezas provenientes de La Mina que fueron adquiridas por Roeckl a Raúl Apesteguía son ilegales y materia de un saqueo y posterior operación de contrabando, de acuerdo con las leyes del Perú y al margen de los tratados internacionales que otros países hayan ratificado o no.

Roeckl, al escoger las piezas en el Perú y ofrecer dinero contraentrega en Alemania a Raúl Apesteguía, estaba promoviendo un tráfico ilegal, criminalizado y que contraviene no solo las leyes del Perú, sino los tratados internacionales de 1970 y 1995. Además, las leyes alemanas prohíben el comercio de objetos robados. Sipán se descubrió en 1987 y La Mina fue saqueada ese mismo año. Por ende, la posesión de los objetos provenientes de estos sitios arqueológicos, ejercida por 'coleccionistas' extranjeros, es ilegítima.

Un prominente millonario alemán posee un museo privado en su domicilio, en Bavaria, en el cual se exhiben cientos de tesoros que fueron saqueados en el Perú. El empresario Antón Roeckl (69) se jacta de haber adquirido, de manera sistemática, centenares de piezas arqueológicas las últimas cuatro décadas. La famila Roeckl, de Múnich, posee una de las fábricas de guantes más grandes del mundo. El negocio existe desde 1839 y ha durado seis generaciones. La empresa también se dedica a la fabricación de otros accesorios y prendas de vestir. Según él mismo narró a este corresponsal, antes de incorporarse al negocio familiar, Antón Roeckl se dedicaba a labores técnicas relacionadas con la producción de cerveza. Fue así como en 1964 se mudó al Perú, con la finalidad de realizar trabajos de mejoramiento en la planta cervecera de la empresa Arequipeña. Entre 1964 y 1965, Roeckl laboró en Arequipa, al servicio de otro alemán, quien ya superaba los 70 años y había adquirido una particular afición por las piezas de arte precolombino.

En esos años su veterano compatriota le infundió su afición por estas piezas de arte. Como ese señor, debido a su avanzada edad, ya no estaba en condiciones de aventurarse por los parajes recónditos en los que se huaquean las piezas, le daba instrucciones específicas al joven Antón a fin de que este se encargara de recolectar los objetos y los trasladara a Arequipa. Fue así como Antón Roeckl desarrolló ese gusto personal por los tesoros pertenecientes a una cultura con la que no tenía mayor relación ni vínculo. Una vez finalizada su labor en la cervecería, Roeckl viajó por el Perú. Así, recorrió gran parte del país y apreció las distintas manifestaciones culturales e interactuó con los pobladores; además apiló una significativa colección personal, compuesta por nuestro patrimonio cultural.

El uso del Holocausto

Al regresar a Alemania, Antón Roeckl se incorporó al negocio familiar, que contaba con diversas curtiembres en las cuales se procesaba el cuero con el que se fabricaban los guantes. Los Roeckl habían logrado amasar una cuantiosa fortuna, especialmente durante la Segunda Guerra Mundial, cuando emplearon mano de obra esclava, proveniente de los campos de concentración nazis. Según información compilada por International Tracing Service, una organización establecida inicialmente en 1944 por los aliados con la finalidad de ubicar a la gente desaparecida durante la guerra, Roeckl Handschuhe GmbH & Co. figura en la lista de empresas que emplearon mano de obra de esclavos judíos.

En 1999, el periódico alemán "New Germany" incluyó a la firma en una lista de 2.493 empresas que explotaron mano de obra forzosa en plena guerra. Recientemente, la empresa Roeckl Handschuhe GmbH & Co. se ha incorporado a un fondo creado por la fundación alemana Recuerdo, Responsabilidad y Futuro. El objetivo es pagar una compensación financiera y proporcionar asistencia humanitaria a aquellos pocos sobrevivientes que fueron explotados en los campos de concentración. De acuerdo con Michel Van Rijn, el autoproclamado ex traficante de bienes arqueológicos que ahora se describe como un cazador de aquellos que aún se dedican a dicha actividad, la mano de obra forzosa empleada por la empresa Roeckl Handschuhe se destinaba a la producción en serie de máscaras de gas.

Estas máscaras, fabricadas con el cuero de las curtiembres Roeckl, habrían sido empleadas por el ejército del Fuhrer con la finalidad de protegerse de distintas sustancias que se usaban en los campos de batalla europeos.

DE REGRESO AL PERÚ

Luego de haber regresado a Alemania, Antón Roeckl volvió al Perú para implementar dos curtiembres en Arequipa. Pero también aprovechó para adquirir más tesoros precolombinos, los mismos que tranquilamente trasladaba a Alemania en su valija de Lufthansa, dado que --como él manifiesta-- en esa época el control del tráfico arqueológico era casi inexistente. Cual personaje de una novela de Camus, Roeckl tranquilamente narra su historia sin advertir inmoralidad en su actuar y explica cómo, durante décadas, extrajo del Perú cientos de piezas de incalculable valor histórico. Para él, los años transcurrieron entre viajes y más viajes al Perú. Así logró expandir su colección, al punto de implementar un museo personal en su casa, en Bavaria.

Luego llegaron los años 80 y, antes de que en el Perú no quedara ningún huaco que contemplar, las autoridades, finalmente, empezaron a actuar para contener el saqueo en masa. Roeckl afirma que ya no se podía sacar piezas libremente por el aeropuerto, motivo por el cual tuvo que ingeniarse otras alternativas para continuar con su gusto. Durante sus numerosos viajes a nuestro país, Roeckl había conocido al ahora difunto Raúl Apesteguía, con quien entabló gran amistad y compartieron la afición por admirar y coleccionar piezas arqueológicas.

Como se recuerda, Apesteguía era un coleccionista de arte precolombino que también se dedicaba al saqueo y tráfico de bienes arqueológicos en gran escala. Dichas actividades lo llevaron a relacionarse con peligrosas mafias y también a la muerte, cuando, en 1996, fue brutalmente asesinado por dos sicarios en su domicilio de la Residencial San Felipe. Tras ultimarlo, los atacantes robaron una cantidad indeterminada de piezas de incalculable valor histórico que Apesteguía guardaba en su casa. Sin embargo, años antes de este trágico hecho, Roeckl ya había decidido cambiar su modus operandi y, en lugar de transportar las piezas en su equipaje personal, se limitaba a viajar a Lima para seleccionar objetos entre la enorme variedad que Apesteguía le ofrecía.

Luego era obligación del peruano entregar las piezas en Alemania, lo mismo que hacía con la ayuda de 'couriers' que trabajaban para él y se encargaban de cruzar las fronteras transportando los objetos en sus valijas. Una vez que las referidas piezas llegaban a Alemania, Roeckl pagaba generosas sumas de dinero por ellas. "De esta manera evité tener problemas con las autoridades aduaneras", explica Roeckl.

UNA VETA ENORME

A finales de 1987, Apesteguía se comunicó una vez más con su buen amigo Antón Roeckl y lo conminó a que viajase al Perú porque tenía algo que mostrarle. Roeckl no lo pensó dos veces y a los pocos días aterrizó en Lima, con gran expectativa por ver los últimos tesoros que su proveedor estrella le tenía. Se trataba nada menos que de los objetos extraídos de La Mina, el sitio arqueológico ubicado en el desierto de Jequetepeque. En ese lugar y en ese entonces acababa de ocurrir lo que el arqueólogo Walter Alva describe como "el saqueo más grande perpetrado en el Perú, desde la época de la Conquista".

Antón Roeckl, como niño en tienda de dulces, no podía creer lo que yacía ante sus ojos y decidió adquirir todo lo que pudo, incluyendo imponentes tocados de oro, máscaras de oro y piedras preciosas, collares de oro y plata y tumis, entre otras piezas. Como ya era práctica usual entre estos dos hombres, Apesteguía se comprometió a entregar los objetos en Alemania, donde Roeckl pagaría contraentrega. Así sucedió y las imponentes piezas provenientes de la tumba del Señor de La Mina acabaron engrosando la ya vasta colección de objetos peruanos que Roeckl lucía en su museo personal.

A pesar de todo esto, Roeckl aún no logra entender por qué su peculiar 'hobby' es ahora tan criticado. Es como si, en su obsoleta lógica personal, Roeckl considerase haber hecho un bien, al 'rescatar' estos tesoros que, de otra manera, hubiesen podido caer en manos de los bárbaros e incivilizados peruanos, pues quién sabe qué hubiesen hecho con ellos.

EN PUNTOS

Las dudas sobre el Señor de La Mina

A. Según el arqueólogo Walter Alva, antes del descubrimiento de las tumbas de Sipán, en 1987, se pensaba que los moches, que se desarrollaron entre los siglos I y VI, habían sido gobernados por guerreros y sacerdotes. "Luego del descubrimiento de las tumbas reales se determina que había reyes como en las antiguas civilizaciones".

B. Así como el Señor de Sipán fue un gobernante de la nobleza moche, se cree que el Señor de la Mina habría sido un noble de igual o mayor jerarquía, que gobernó en el valle de Jequetepeque.

C. No se tienen mayores datos sobre este otro noble moche, dado que --como afirma Alva-- "debido al saqueo, la información sobre su pensamiento religioso, su función dentro de la estructura social y sus características físicas se han perdido de manera irremediable". Añade que los objetos vistos de manera aislada y fuera del contexto completo de la tumba solo proporcionan una información arqueológica limitada.

Del consultor: No cuidamos el patrimonio
Del consultor: Ruth Shady
Arqueóloga

La Mina se ubica en Jequetepeque y corresponde a períodos anteriores a Sipán; es decir, tiene un enorme valor. Alberga dos entierros: de uno, se han sacado piezas valiosas correspondientes al período formativo, más relacionado con la sociedad Cupisnique; y del otro, piezas que corresponden al período desarrollo regional, de la sociedad moche del norte o moche norteño. La situación es bastante lamentable porque se sabe desde hace bastante tiempo que los entierros de La Mina son saqueados. No se han tomado medidas para evitar esta forma de vandalismo e impedir que continúe el tráfico.

Esperemos que lo sucedido en La Mina no se repita en otras zonas, aunque nos hemos enterado de que se han reanudado los saqueos en los cementerios del sur de la península de Paracas. El registro y el inventario periódicos de piezas son una prioridad. No estamos cuidando el patrimonio ni supervisando qué está sucediendo con los sitios arqueológicos. Algunos están desapareciendo porque tampoco hay control ni sanción. El INC debería coordinar con la policía para que actúe en aquellos sitios que se sabe están siendo saqueados, ya sea por la destrucción de los vándalos o por la ocupación de tierras. La experiencia de La Mina nos demuestra que la ocupación de ruinas podría detenerse si se enseñara a los peruanos a valorar el patrimonio arqueológico y a conocer nuestra milenaria historia prehispánica.

Necesitamos valores históricos y culturales.

Finalmente, está el valor turístico y la importancia de pensar que las próximas generaciones también tienen derecho a un legado que hoy estamos destruyendo y comercializando.
 
Fuente: El Comercio Perú
 

No hay comentarios.: